¿Cuántas malas decisiones tomamos porque reaccionamos al miedo? Miedo a perder, miedo a ser juzgado por los demás… ¡Cuidado! La voz del miedo puede sepultar la voz del Espíritu Santo y robarnos la paz.
El rey Saúl pasó su vida con miedo. Tenía miedo de ser hecho rey, escondiéndose en el equipaje para no ser elegido entre el pueblo (1 Samuel 10:22). Durante un ataque de los filisteos, Saúl tuvo miedo de perder su ejército y este miedo hizo que tomara la decisión equivocada (1 Samuel 13:8). Frente a Goliat, estaba tan asustado como el resto de su ejército, sin atreverse a enfrentarlo él mismo. Y cuando David comenzó a acumular victorias, comenzó a temer a David (1 Samuel 18:29). Finalmente, el rey Saúl murió arrojándose sobre su propia espada por temor a caer en manos de sus enemigos (1 Samuel 31:4).
Tenía miedo de asumir la responsabilidad del liderazgo (cuando Dios lo había elegido), tenía miedo de perder el prestigio frente a la gente, tenía miedo de sus enemigos… pero nunca tuvo miedo de perder el favor de Dios. El temor del Señor no es tener miedo de Dios y huir de él, es tener miedo de perder la presencia de Dios y por tanto de permanecer lo más cerca posible de Su corazón. Es tener tanto miedo de desagradar a Dios que aceptamos perder la vida para quedarnos en el camino angosto. “Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la encontrará” (Mateo 16:25 NVI).
Seguir la voz del miedo siempre nos roba la paz. La preocupación se apodera de nuestros pensamientos a tal punto que la Palabra de Dios ya no puede dar fruto en nuestras vidas (Mateo 13:22). El miedo nos deja en una niebla que nos impide considerar el poder de Dios y el amor que Él tiene por nosotros. Sin embargo, es cuando nos sentimos amados que podemos tener confianza y estar en paz en nuestras pruebas. “Sino que el amor perfecto echa fuera el temor” (1 Juan 4:18a NVI).
Solteros: ¿Tienes más miedo de estar solo que de desagradar a Dios en tu celibato? Es cuando tenemos miedo a la soledad que hacemos compromisos que ponen distancia entre nosotros y nuestro Señor. Es cuando tenemos miedo de lo que otros piensen de nosotros que dejamos de celebrar lo que Dios ha hecho en nuestras vidas. Es cuando tenemos miedo de perder la vida de nuestros sueños que olvidamos nuestro verdadero llamado, nuestro destino.
Estemos atentos a este gran peligro. Pidamos ayuda al Espíritu Santo para que podamos resistir las amenazas del enemigo, las tentaciones de comprometer nuestras normas. “Practiquen el dominio propio y manténganse alerta. Su enemigo el diablo ronda como león rugiente, buscando a quién devorar. Resístanlo, manteniéndose firmes en la fe, sabiendo que sus hermanos en todo el mundo están soportando la misma clase de sufrimientos. Y, después de que ustedes hayan sufrido un poco de tiempo, Dios mismo, el Dios de toda gracia que los llamó a su gloria eterna en Cristo, los restaurará y los hará fuertes, firmes y estables” (1 Pedro 5:8-10 NVI).