Ya sea por la pérdida de un ser querido, o por el fracaso de una relación o de un proyecto, todos pasamos por momentos de duelo o decepción. Pero a pesar de lo doloroso que puede ser, el dolor también puede limpiar nuestros corazones.
¿Por qué es tan doloroso perder a un ser querido? Porque cuando se van, recordamos su calidez, su sonrisa, sus abrazos, su presencia. Nuestra memoria está invadida por los hermosos momentos que hemos vivido, por el legado que nos dejó esta persona. Como si el duelo nos hiciera olvidar los sacrificios hechos para cuidar a esta persona, su falta de reconocimiento, sus malos hábitos y todos los desencuentros que hemos vivido.
El luto duele porque olvidamos el dolor y solo vemos los beneficios perdidos. Ahora que lo pienso, el luto es una forma de purificar nuestra relación. Todo lo que era malo se esfuma, solo queda oro puro. Es un proceso difícil, doloroso, pero si lo tomamos en serio, salimos enriquecidos.
Este proceso de duelo, no lo experimentamos solo cuando se va un ser querido. Lo sentimos después de cada fracaso. Es el mismo sentimiento doloroso que tenemos cuando salimos con una persona soltera encantadora y nos damos cuenta, después de algunas semanas o meses, que esta relación no puede terminar en matrimonio. Tuvimos lindas conversaciones, imaginábamos pasar la Navidad juntos, les contamos a nuestros amigos sobre esta persona con estrellas en los ojos… pero la relación terminó. Ya sea que terminó horriblemente por una discusión o pacíficamente porque nos dimos cuenta de nuestra incompatibilidad, todos pasamos por el mismo proceso de duelo. El fuego quema la escoria y sufrimos la pérdida del oro puro.
Como solteros, también sufrimos por haber esperado. Todas esas semanas que pasamos creyendo en un futuro, imaginándonos como pareja… ¡qué dolor! ¿Por qué es tan doloroso? Porque la esperanza es oro, y no puede morir (1 Corintios 13:13). Podemos elegir ahogar esa luz, dejar de esperar, dejar de sentirnos heridos o desilusionados. Pero negarse a esperar es rechazar nuestra humanidad. La esperanza nos pone en un estado de vulnerabilidad, pero es en esta humildad que Dios puede gloriarse (2 Corintios 12:10).
Dios no quiere que dejemos de soñar por miedo a ser heridos. Él solo quiere que aprendamos a poner nuestra esperanza en Él para que permanezcamos anclados, incluso cuando pasemos por el fuego (Daniel 3:17-18). Esperábamos una “relación” construida en “Dios”: la “relación” no funcionó, pero después del fuego del luto, todavía nos queda “Dios”. “Tú, Dios nuestro, nos has puesto a prueba; nos has refinado como se refina la plata” (Salmo 66:10 RVC). Hay que valorar lo que queda, porque lo que queda ha pasado por el fuego y queda. Es oro puro.
La mejor manera de salir del duelo enriquecido es apreciar lo que queda de nuestra experiencia. Nos quedamos con Dios: Él nunca nos abandonará. Ni siquiera el fuego del infierno puede erradicar Su amor por nosotros (Romanos 8:38-39). Y nos quedan buenos recuerdos: semillas de alegría que han hecho crecer nuestro amor y nuestra paz interior. Y también nos quedan lecciones de vida, herramientas preciosas para ser fortalecidas en sabiduría.
El dolor y los fracasos no nos hacen perdedores. Es un fuego que viene a purificarnos y enriquecernos.