¿Haces esto? A veces tenemos dificultades para encontrar tiempo para hablar con Dios y mucho menos para interceder por los demás. Sin embargo, no es sólo nuestro deber, ¡también es muy beneficioso para nuestro crecimiento espiritual!
La oración no es sólo un momento en el que elevamos nuestras necesidades a Dios. ¡Mucho menos un momento en el que le decimos a Dios qué hacer por nosotros hoy! Es un dulce momento de comunión entre nosotros y nuestro Padre, o a veces un tiempo de guerra espiritual en el que tomamos la mano del Espíritu Santo y ordenamos a las tinieblas que retrocedan. Independientemente de cómo la describamos, la oración es una parte esencial de la vida de un seguidor de Cristo.
Cuando no tenemos mucho tiempo para dedicarnos a la oración, a veces nos limitamos a lo esencial: ¡es decir, a nuestras necesidades! Por supuesto, es muy importante mencionar nuestras necesidades a Dios y escuchar sus soluciones, pero no podemos quedarnos ahí. Todo lo que sembremos en la vida de los demás, lo cosecharemos en la nuestra.
A veces tenemos que llorar por los demás como lo hizo Jeremías. “¡Cómo quisiera yo que mi cabeza fuera un mar, y mis ojos un manantial de lágrimas! ¡Así podría llorar día y noche por los muertos de la hija de mi pueblo!” (Jeremías 9:1 RVC). Detrás de esta magnífica poesía se revela un corazón lleno de compasión. Cuando permitimos que nuestro corazón se llene así, no tenemos lugar para criticar a los demás, realmente los vemos con los ojos del Padre. La compasión por los demás calma nuestra ira.
A veces tenemos que negociar como Abraham, persistir en la oración para obtener la salvación de quienes nos rodean. Esto nos hace como Abraham: fuertes en nuestra fe. Persevera, pero con respeto, por supuesto, como muy bien demostró Abraham. “Abrahán insistió: “Espero que mi Señor no se enoje, si sigo hablando; pero tal vez sólo se encuentren treinta…” Y el Señor respondió: “Aun si encuentro treinta, no lo haré.” Abrahán dijo: “Aquí estoy ahora, atreviéndome a hablar con mi Señor; tal vez sólo se encuentren veinte…” Y el Señor contestó: “Aun por esos veinte, no la destruiré.” Pero Abrahán volvió a decir: “Espero que mi Señor no se enoje si hablo una vez más; pero tal vez se encuentren sólo diez…” Y el Señor respondió: “Aun por esos diez, no la destruiré.” (Génesis 18:30-32 RVC).
A veces necesitamos suplicar por un milagro como lo hizo Moisés ante circunstancias imposibles. Aunque las aguas braman ante nosotros y nuestros seres queridos, estamos en un callejón sin salida, recurramos a Dios. ¡Al orar por su salvación, nosotros también seremos salvos de las mismas circunstancias! También seremos mucho mejores embajadores de Cristo si intercedemos por su salvación.
A veces tendremos que ser proactivos como lo fue Nehemías. No sólo oró por la salvación de su pueblo, sino que también actuó en esa dirección. “Lo mismo sucede con la fe: si no tiene obras, está muerta” (Santiago 2:17 RVC). Si oramos por quienes nos rodean, también debemos estar preparados para ser parte de la solución. Somos los vasos que Dios quiere usar para lograr su liberación.
Por último, a veces también tendremos que rezar para pedir perdón a nuestros atacantes, como hizo Esteban. A pesar de las piedras que lo golpearon, oró por la salvación de su pueblo, por el perdón de sus pecados. Orar por los demás, sin importar quiénes sean esos “otros”, realmente desarrolla el carácter de Cristo en nosotros. Por tanto, no es sólo un ejercicio favorable para los demás, sino también para nosotros. Así que no olvidemos orar por todos los que nos rodean.
(Por cierto… septiembre es un mes de oración para los solteros cristianos de todo el mundo. Visite nuestro sitio web para conocer nuestros puntos de oración diarios en francés).