“Ya no hay más condenación para los que están en Cristo Jesús”. Escuchamos esto a menudo en las iglesias que predican la gracia. Entonces, cuando nos sentimos culpables, ¿deberíamos rechazar ese sentimiento? ¡No necesariamente!
Resistimos la tentación por un tiempo, pero esta noche… cedimos. Sabemos muy bien lo que dice la Biblia y realmente amamos a Jesús, pero hoy nuestra carne ha vencido. Después del placer que se siente al sucumbir, viene el sentimiento de culpa, vergüenza y condena. ¿Qué hacer con todo esto?
Primero, sentirse culpable es una buena señal. Esta es la prueba de que el Espíritu Santo verdaderamente habita en ti y tu espíritu no se siente cómodo con este pecado. Es este sentimiento el que te llevará a arrepentirte y volver al camino correcto. “Y es que si la tristeza está en conformidad con la voluntad de Dios, produce un saludable cambio de actitud del que no hay que lamentarse; en cambio, la tristeza producida por el mundo ocasiona la muerte” (2 Corintios 7:10 BLP). A esto se refería un poco Jesús cuando hablaba de un hijo que cambia de dirección después de pensar. “¿Qué os parece? Una vez, un hombre que tenía dos hijos le dijo a uno de ellos: “Hijo, hoy tienes que ir a trabajar a la viña”. El hijo contestó: “No quiero ir”. Pero más tarde cambió de idea y fue. Lo mismo le dijo el padre al otro hijo, que le contestó: “Sí, padre, iré”. Pero no fue. Decidme, ¿cuál de los dos cumplió el mandato de su padre? Ellos respondieron: El primero. Y Jesús añadió: Pues os aseguro que los recaudadores de impuestos y las prostitutas van a entrar en el reino de Dios antes que vosotros” (Mateo 21:28-31 BLP. Si caminas en oscuridad, desobediente a Dios, pero no sientes malestar, ya estás lejos del corazón de Dios.
Cuando sentimos culpa, debemos usarla para arrodillarnos ante Dios y recibir su perdón. “Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Ahora bien, si alguno peca, tenemos un intercesor ante el Padre: Jesucristo, el justo” (1 Juan 2:1 BLP). Por cierto, ¡podemos sentirnos culpables por hacer algo mal o por no hacer algo bien! En ambos casos, se requiere arrepentimiento.
Por tanto, sentir culpa puede ser beneficioso si nos lleva al arrepentimiento. Pero el sentimiento de culpa también puede llevarnos a la vergüenza y esa es la dirección equivocada a seguir. La vergüenza nos hace escondernos de Dios, como Adán y Eva en el Jardín del Edén. ¡Y eso es lo contrario de lo que necesitamos! Cuando pecamos, debemos acudir al Padre en busca de ayuda. El versículo Hebreos 4:16 dice que debemos acercarnos “con confianza” al trono de la gracia. Otras versiones dicen que hay que acercarse “con valentía”, “con franqueza”, “sin miedo”. La vergüenza surge cuando nuestro orgullo resulta herido. Pero el orgullo no tiene lugar en la vida de un hijo de Dios. Por lo tanto, debemos optar por aplastar nuestro orgullo para acercarnos a Dios y admitir nuestra debilidad así como nuestra necesidad de su gracia.
La vergüenza también puede llevarnos a otro sentimiento: el de condenación. La condenación es sentir que no hay perdón para nosotros, que estamos perdidos. Si tu pecado te lleva a creer que has ido demasiado lejos y que no puedes volver a Dios, este pensamiento viene del enemigo, debes rechazarlo. Porque Dios nos ama tanto que no quiere que se pierda ninguno de sus hijos. A Él no le gustan nuestros pecados, pero está dispuesto a perdonarnos y devolvernos al camino correcto. Su mano está extendida hacia nosotros y si aceptamos su sacrificio en la cruz, si nos escondemos en Jesús, no debemos temer ser condenados. De ahí la promesa de Romanos 8:1.
Si tienes dificultades para deshacerte de la vergüenza y del sentimiento de condena también puede ser porque no te has tomado el tiempo para perdonarte a ti mismo. Deja tu orgullo a un lado, tus ansias de perfeccionismo y elige perdonarte a ti mismo y darte otra oportunidad. Después de todo, si Dios está dispuesto a perdonarte, ¿quién eres tú para negarte el mismo perdón?