Los niños son impulsivos. A menudo los padres tienen que detenerlos diciéndoles: “¡Piensa en lo que estás haciendo!” Como adultos, ¿somos muy diferentes a ellos? Sin embargo, la Palabra de Dios dice que nuestro éxito radica en estos momentos de reflexión.
“Al que bien administra, bien le va; ¡feliz aquel que confía en el Señor!” (Proverbios 16:20 DHH). Es tan simple como eso. La felicidad se encuentra en nuestros momentos de reflexión, especialmente cuando estos momentos van acompañados de una discusión con Dios. No utilizamos habitualmente el término “meditar” para describir nuestras actividades diarias. Para algunos, la idea de la meditación es un poco esotérica, casi New Age. Sin embargo, en la Biblia se menciona con frecuencia que se debe tomar tiempo para meditar en la Palabra. ¿Qué es meditar?
Meditar es detenerse y pensar para poder actuar. Es absorber información, una verdad aprendida en la Biblia por ejemplo, hasta que esta palabra llegue a cambiar nuestro comportamiento. Leer la Biblia no nos cambiará. Es meditando en ello que se vuelve útil; dejar que penetre profundamente en nuestra mente hasta que nos lleve a actuar de manera diferente. “El que solamente oye el mensaje, y no lo practica, es como el hombre que se mira la cara en un espejo: se ve a sí mismo, pero en cuanto da la vuelta se olvida de cómo es. Pero el que no olvida lo que oye, sino que se fija atentamente en la ley perfecta de la libertad, y permanece firme cumpliendo lo que ella manda, será feliz en lo que hace” (Santiago 1:23-25 DHH).
Podemos meditar en las historias de la Biblia hasta que aprendamos a comportarnos en nuestras situaciones personales. Podemos meditar en las promesas de Dios para poner nuestra esperanza en Él en lugar de cansarnos tratando de producir un resultado por nuestra cuenta. Podemos recordar nuestros errores del pasado para no repetirlos, o recordar lecciones aprendidas para asegurarnos de que siempre estamos caminando en la dirección correcta.
Para realizar un proyecto, podemos seguir los pasos mecánicamente, como siempre lo hemos hecho, o podemos tomarnos el tiempo para pensar con Dios sobre cómo hacerlo. No esperemos hasta estar exhaustos o heridos para preguntarnos qué deberíamos haber hecho. De ahí la importancia de incluir nuestro tiempo devocional con Dios en nuestra lista de tareas diarias. Le presentamos nuestros objetivos del día, pero le dejamos la oportunidad de decirnos cómo llegar allí. Quién sabe, ¡tal vez incluso cambie nuestras metas!
Tenemos acceso a la sabiduría milenaria de Aquel que creó nuestro mundo, ¡estaríamos locos si prescindiéramos de ella! Esto es precisamente lo que dice la Palabra. “Sólo un necio confía en sus propias ideas; el que actúa con sabiduría saldrá bien librado” (Proverbios 28:26 DHH). Dejemos también que el Espíritu Santo nos corrija. La Palabra de Dios no está ahí sólo para consolarnos. A veces ella nos reprende, nos confronta (2 Timoteo 3:16). No debemos persistir en nuestra dirección, sino mantener siempre un corazón humilde y maleable. Los solteros, no tenemos pareja que nos señale nuestros errores y nuestras faltas. Por eso es aún más necesario tener un oído atento al Espíritu Santo para que pueda transformarnos a imagen de Cristo. Si nos sentimos cómodos reflexionando sobre nuestro comportamiento y estamos dispuestos a cambiar, nuestras relaciones futuras serán mucho más saludables porque habremos aprendido a escuchar y mejorar.