Ya sea a principios de año o en cualquier otro momento del año propicio para empezar de nuevo, hacemos todo tipo de propósitos. Queremos mejorar nuestra salud, nuestra apariencia, nuestras relaciones, etc. Pero ¿qué pasa con nuestra sabiduría?
Las exigencias de la vida a veces nos marean. Estamos tan ocupados continuando con nuestras actividades, satisfaciendo las demandas de quienes nos rodean, que no nos tomamos el tiempo suficiente para pensar en lo que estamos haciendo. Nuestros tiempos de estudio bíblico y de oración deberían ser un buen momento para reenfocarnos en lo más importante. No en vano la Biblia lo considera tan importante como nuestro pan de cada día. Incluso el sábado, el descanso forzoso ordenado por Dios en el Antiguo Testamento, tenía como objetivo principal detenernos y permitirnos poner a Dios en primer lugar en nuestras vidas.
En definitiva, lo que debería diferenciar a un hijo de Dios de aquellos que no tienen una relación con Dios es su capacidad de detenerse y reenfocar su vida en Dios. El Eclesiastés compara estos momentos de inactividad con el momento en que un leñador se detiene para afilar su hacha. Será mucho más eficiente si se detiene a afilar su herramienta que si continúa cortando árboles sin parar. “Si el filo del hacha se mella, y no se afila, hay que golpear con más fuerza. La sabiduría es provechosa, si se sabe dirigir” (Eclesiastés 10:10 RVC).
El éxito no se consigue duplicando el esfuerzo, ni realizando más tareas que el vecino. Según lo que enseña la Biblia, el éxito proviene de la sabiduría y por lo tanto, claramente nos beneficia tomarnos el tiempo para desarrollar nuestra sabiduría, nuestro conocimiento. Hay dos clases de sabiduría: la de los hombres (que viene a través de la experiencia y de todos los cursos que podemos tomar) y la que viene de Dios. La sabiduría humana es excelente (¡la mayoría de las veces!), pero no hay nada mejor que la sabiduría del Señor. “El principio de la sabiduría es el temor al Señor; los necios desprecian la sabiduría y la enseñanza” (Proverbios 1:7 RVC). Sólo los tontos no se toman el tiempo para desarrollar su conocimiento, para buscar la sabiduría que viene de Dios.
Este no es sólo un consejo del Antiguo Testamento, también es lo que recomendó el apóstol Pablo. “Y esto le pido en oración: que el amor de ustedes abunde aún más y más en ciencia y en todo conocimiento” (Filipenses 1:9 RVC). Amar a Dios es, por supuesto, la base de la vida cristiana. Pero a nuestro amor debemos añadir el conocimiento. Esta sabiduría a veces vendrá de nuestros momentos de estudio de la Biblia, pero también de las lecciones que Dios nos enseña a través de nuestras pruebas.
¿Qué novedades has aprendido acerca de Dios en los últimos 12 meses? ¿Qué lección te ha enseñado Dios a través de tus pruebas? ¿Qué planeas hacer diferente para detenerte diaria y semanalmente a desarrollar tu sabiduría y multiplicar tus conocimientos? De todas las resoluciones que podemos hacer, elijamos ser más inteligentes.